En la sala Amós Salvador de Logroño hasta el 18 de junio
Vidas Minadas es un proyecto inacabable igual que son infinitas las secuelas que provocan las minas anti persona. Llevo trabajando con víctimas de esta lacra desde septiembre de 1995. En 1997, 2002 y 2007 presenté diferentes versiones de este proyecto que recorre la mayor parte de mi vida profesional. Hoy regreso con Vidas Minadas. 25 años, un grito contra una terrible injusticia y un drama diario.
Las víctimas fueron elegidas al azar. Me crucé con ellas en hospitales a punto de ser amputados o malheridos con posibilidades de morir o en centros ortopédicos, donde intentaban volver a andar con piernas de plástico.
Las víctimas más jóvenes como el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic o la mozambiqueña Sofía Elface Fumo tenían 13 años. Ya han cumplido los cuarenta, han formado familias y viven rodeadas de hijas e hijos. Unas víctimas han tenido más suerte que otras.
La angoleña Joaquina Natchilombo es una anciana de setenta años que tiene más de veinte nietos y es feliz porque ha regresado a las tierras familiares de sus padres, de las que huyó durante la guerra.
El salvadoreño Manuel Orellana ha formado una familia muy estable y es abuelo. El nicaragüense Justino Pérez ejerce de padre con una nieta de su actual pareja, después de perder la relación con sus dos hijos naturales, y es dueño de unos terrenos que ha pagado a plazos. El afgano Medy Ewaz Ali, al que conocí con ocho años, vive en Madrid junto a su hermana después de huir de su país tras la llegada de los talibanes al poder en el verano de 2021.
El kurdo Fanar Zekri, que perdió ambas piernas con seis años, ha cumplido los 34, se casó hace un año y sus principales objetivos son comprarse una casa y tener dos hijos.
La colombiana Mónica Paola Ardila, ciega por la explosión con apenas siete años, batalla diariamente por superar el impacto emocional que le supuso el accidente con la mina y las múltiples violencias sexuales que ha sufrido desde la niñez ante el abandono total del estado colombiano.
Los responsables de tanto sufrimiento se esconden detrás de una nebulosa de intereses o siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable a pesar de las leyes sobre control de armas que se aprueban en los parlamentos de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte.
Nuestros gobernantes, empresarios y banqueros se presentan ante la sociedad como adalides del respeto a los valores universales y a la legalidad vigente mientras utilizan el secretismo y la impunidad para reescribir y violar las leyes y subordinarse al pragmatismo más obsceno. Los que más gritan en la oposición son los que más rápido se acaban plegando al guion oficial en cuanto alcanzan los salones del poder.
Fuente: Web de la sala de exposiciones Amós Salvador.
Dirección de la Sala: C. Once de Junio, 4, 26001 Logroño, La Rioja
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